martes, julio 06, 2010

RECordando

A veces me niego a escribir, como ahora, pero algo dentro de mí, o tal vez fuera, o tal vez no sé, me obliga a hacerlo, a compartir acerca de mi pensar ultimamente.

Anoche, o antenoche, sin querer, decidí volver al tradicionalísimo padre nuestro por la noche antes de dormir, recitándolo de memoria más que de corazón, continué hasta terminar, meditando en él.
Automáticamente mi boca comenzó a declarar una oración contínua al padre nuestro, el cual solía rezar cuando era pequeño y más obediente que sensible.
"En paz me acostaré y así mismo dormiré, porque sólo tu Jehova me haces dormir confiado"
Recuerdo aún que lo repetía tantas veces como podía, hasta conciliar el sueño que cuando era más pequeño era difícil de cumplir por temor y ciertas razones que no tocaré en este momento.
Me recordó a mi infancia mi modo de rezar, sonreí mientras me escuchaba repetirlo como cuando era un niño. Extrañamente, mi boca no se detuvo, sino comenzó otra oración tan común y que tanto repetía como la anterior. "Dios te pido que a mi madre le concedas la juventud eterna".
Me escuché decirlo y pensé "wow, que sueños tan hermosos de un niño que ama a su madre".
Por un momento me angustié; recordé cuando era pequeño y lo peor que me podía pasar, era no tener más a mi madre, recuerdo cierta ocasión que yo le decía que cuando ella muriera, moriría con ella, que la vida sin ella para mí no tendría más sentido. A pesar de su renuencia a mis peticiones, yo siempre consideré aventarme a la tumba de mi madre cuando ella muriera, para estar con ella siempre, pensaba en un ataúd para dos, pensaba muchas cosas, tontas, locas, pero llenas de amor.
El amor incondicional de un pequeño niño a su madre, el cuál reflejaba su inseguridad a la vida, su amor y completa dependencia de su madre.
Ciertamente ese amor sigue, y ha venido creciendo, pero afortunadamente he madurado y gracias a Dios he entendido, que si mi madre algún día muriera, yo estaría contento, y conciente que ya está en un lugar mejor que aquí, de lo cual ambos estamos convencidos.
No pienso ahora aventarme con ella, ni me aterra la idea de que me falte como antes, ese amor dependiente a ella, se ha convertido en conocimiento y entendimiento.
Después de repetir esas oraciones de tradición cuando era pequeño, sonreí, disfruté imaginando la tierna escena de un niño declarándole tal amor a su madre, que sería capaz de morir con ella.